Un día más camino por las callejuelas que me llevan a la tienda de dulces, cuando giro la esquina, no sé si es por la estrechez de la calle o por su orientación, pero la luz toma un aspecto plomizo y la temperatura baja repentinamente unos grados, un ligero escalofrío me recorre y un momentáneo mareo hace que por un instante dé unos pasos tambaleantes, pero sólo dura lo que tardo en adentrarme unos metros en ella, después me encuentro bien
Avanzo hasta llegar al escaparate y me detengo mirando mi imagen reflejada en el cristal, es la imagen de un niño con el pelo peinado a un lado, una camisa blanca y unos pantalones cortos que dejan ver un par de rodillas, la vista la dirijo al reflejo de mis ojos, en ellos veo una tremenda inseguridad y siento un ligero temblor en las piernas, después levanto la vista y miro tras el cristal donde está ella
Permanezco fascinado mirándola, cautivado por el vestido oscuro de seda moteado con mil pequeñas flores de tenues colores que sigue fielmente la armonía de sus movimientos, su holgura no impide intuir la forma redondeada de sus pechos ni las líneas prominentes de sus caderas, inspiro con todas mis fuerzas con la vana esperanza que atraviese el cristal el olor de su pelo, detengo la mirada en sus labios imaginándolos dulces como la miel y miro sus ojos como lo más hermoso que he podido ver, no pierdo un detalle de sus manos delicadamente envolviendo los dulces que un niño, como yo, ha comprado. Es una mujer deslumbrante, maravillosa, inalcanzable
De repente, le parece notar la presencia de alguien que tras el cristal la mira, como cada día, gira su cabeza hacia el escaparate y nuestras miradas se cruzan, por mi espalda recorre un escalofrío al imaginar que su mirada busca la mía y como cada día me dedica una sonrisa antes de que yo, ruborizado, gire la cara y me vaya, pero hoy me parece ver en sus ojos una invitación a entrar, me pongo a temblar, ni siquiera puedo imaginar que me haya podido ver, o menos que me recuerde de un día para el siguiente, el gesto que acabo de creer ver debe ser fruto de mi imaginación o el de un sueño que vivo despierto
Intentando superar el temor que quiere paralizarme, surge de mi interior una fuerza que me empuja a cruzar la puerta, a cada paso que doy hacia ella desaparece una parte de mi miedo y cuando he llegado a su lado me siento seguro, escuchar el sonido de su respiración y la calidez de su mirada me han devuelto la confianza. Me mantengo frente a ella mirando sus ojos, vuelve a dedicarme una sonrisa más y un rayo de sol irrumpe en la calle iluminándola, miro al escaparate y en el cristal veo su imagen reflejada y a su lado, no veo un niño, sino un hombre que ocupa el lugar donde debería estar yo, desconcertado y sorprendido, en el reflejo, miro la cara de ese hombre y me reconozco a mí mismo, soy yo que, cuando la miraba, creía ser un niño
JM Paredes
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