Ni mis más íntimos amigos saben que un día fui seminarista, lo he mantenido oculto hasta ahora, hoy he decidido contar cuáles fueron los motivos que me impulsaron a serlo y lo más importante, cuáles fueron los que me llevaron a dejarlo
Desde pequeño el párroco de mi pueblo decía "este chico tiene vocación", aquella frase me quedó grabada en el subconsciente, quedándose anclada en él como un hecho irrefutable. Qué otra cosa podía hacer un chico con vocación que no fuera seguir los pasos que el Señor había previsto para él. El apoyo familiar era precario, no era la ilusión que mi padre tenía para mí, pero como "el chico tiene vocación..." qué otra cosa podía hacerse. Lo bueno de tener preestablecido el camino es que no te tienes que preocupar de él, sino seguirlo sin más, así que cuando vine a ser consciente de ello me encontraba en segundo año de seminario
Dos años de liturgias, madrugones, repeticiones hasta la saciedad, rezos y oraciones me llevaron a cuestionarme mi interés por la vida sacerdotal. A medida que me iba introduciendo en los conocimientos teológicos, la fe, que no era más que algo que tenías que creer a pies juntillas todo aquello que te refería un tipo con sotana y cuello blanco, empecé a cuestionarla, y lo de la vocación empezó a flaquear
Los motivos teológicos fueron importantes, pero no fue lo único que derribó mi vocación. A eso de los dieciocho empezaron a aflorar unas sensaciones que los rezos y los tipos de cuello blanco me habían tenido reprimidas durante años, fui empezando a descubrir que el camino trazado por la naturaleza era tan poderoso como el marcado por el Creador, que a fin de cuentas era yo quien tenía que hacer el esfuerzo por mantener, mientras que la naturaleza actuaba por sí sola sin mi intervención, es más, era yo quien tenía que reprimirla. Mi capacidad de represión resultó ser bastante escasa, no estaba preparado para defender durante mucho tiempo aquella invasión hormonal que me salía hasta por las orejas
Un día le expuse al padre Millán aquellos pensamientos con la idea que me reprendería o me daría la fórmula para mantenerlos alejados, sin embargo me dijo:
—Mira Jose, si cierras las puertas al deseo, éste irrumpirá por la ventana
Me sorprendió su respuesta ya que no era lo que esperaba escuchar, ¿no debía cerrar la puerta al deseo?, ¿era una prueba para confirmar mi vocación?, no lo sabía, no sólo estaba dispuesto a averiguarlo sino que el propio deseo me iba a arrastrar a hacerlo
Durante días pensé en las palabras del padre Millán, creo que se me fueron clavando en el subconsciente tal como hace años lo hicieron las de la vocación. El siguiente fin de semana lo tenía libre para visitar a la familia, el sábado por la noche puse una excusa y me fui a una discoteca, fui guiado de manera casi inconsciente, impulsado por una fuerza difícil de controlar, no cabe duda que me estaba dejando llevar
En unos días Mari Puri tiró por tierra la vocación que supuestamente había ido germinando en los años anteriores. El deseo no sólo irrumpió por la ventana, sino que echó la puerta abajo y dejó la casa en estado ruinoso, creo que todavía a día de hoy conservo algo de polvo de los días que pasé con Mari Puri
No era la pérdida de la fe ni la castidad ni el celibato lo que detuvo mi camino hacia el sacerdocio, fue lo que Mari Puri me enseñó, que Dios no nos habría dado la capacidad de amar si no quisiera que amásemos. Todavía recuerdo lo que le dije cuando nos despedimos: "Alea jacta est" (La suerte está echada), a lo que ella me respondió: "Ubi dubium ibi libertas" (Donde hay duda hay libertad). Ella sí me había enseñado latín, también me enseñó que quien no comprende una mirada tampoco comprenderá una explicación
Y aquí me tienes, ahora, después de casi treinta años, no sé qué hacer, si volver a los hábitos o buscar a Mari Puri
Posdata: "Amor animi arbitrio sumitur, non ponitur", elegimos amar, pero no podemos elegir dejar de amar, eso lo he aprendido yo solo
JM Paredes
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