He visitado muchas iglesias, son como una pasión a la que todavía no he encontrado explicación, sin duda la habrá y estoy seguro que algún día lo descubriré
Desde hacía días iba con cierta frecuencia a la iglesia Sant Ramón, es una iglesia que siempre está a oscuras, he ido al atardecer, por la mañana, a todas horas, pero siempre a oscuras, a pesar de ser grande, los ventanales son pequeños y están demasiado altos, las luces siempre están apagadas porque las misas las hacen en una capilla que hay junto al altar principal, además hay otras pequeñas capillas pero que también están a oscuras. Cada vez que voy es con la esperanza que estén las luces encendidas pero siempre me desilusiona que no sea así. A veces en los pasillos me he cruzado con el cura y nos hemos saludado pero nunca me he parado a hablar con él
Hace unos días, al atardecer, sobre las siete, en esta época y a esa hora la luz natural ya va decayendo por lo que estaba muy oscura, es algo que no me preocupa, entro de todas formas, no suele haber casi nadie, las pocas personas que puedan entrar van a la capilla iluminada para hacer sus rezos o esperar a la hora de la misa, aún así son muy pocas
No me preocupó no ver a nadie, anduve por el pasillo lateral de la parte izquierda, pasé por delante del altar sin detenerme, en el lateral derecho está la capilla iluminada, no había más que cuatro o cinco personas sentadas en los bancos, continué por el lateral derecho donde hay otra pequeña capilla que también está a oscuras. Entré en ella, hay un pequeño altar, unas diez o doce filas de bancos separados por un pasillo central y al lado contrario hay varios confesionarios que parecen sin uso, están como almacenados, mi curiosidad me llevó a ellos a pesar de estar bastante oscuro y en silencio. Me sentía cómodo, nada me preocupaba, no tenía nada que esconder ni ocultar
Me detuve frente a ellos pensando en la infinidad de confesiones que sus rejillas de madera habrían escuchado y las penitencias que habrían sido impuestas. Cuando me giré para irme, a escasos un par de metros había de pie en el pasillo una mujer elegante, guapa y con muy buen tipo, mirándome fijamente, me sonrió y se acercó hasta quedarse a unos centímetros. Así, a primera vista su actitud me resultó provocativa. No estoy muy ducho en esta materia, pero era evidente que el diablillo del deseo daba saltitos en sus ojos, se besó en los labios, yo le dije:
—¿Sabes que en los confesionarios es donde se administra el sacramento de la reconciliación?—Ajá —Contestó y se apretó contra mí, sujetándome la nuca con su mano mientras buscaba mi boca para besarla, mas bien para morderla. Apretó todo su cuerpo hacia el mío, empujándome con su pelvis contra el confesionario.—¿Sabes que con este sacramento el penitente recibe la absolución, es decir el perdón de Dios?—Sí, —colocó su otra mano en mis glúteos para apretarlos contra sí mientras mordía mis labios. Tengo que reconocer que a pesar de mi serenidad y templanza, la situación empezaba a excitarme, y me temo que cuando me excito no reparo en lo sagrado—¿Sabes que el perdón verdadero sólo lo concede Dios? ¿y que el cristianismo no considera como un imperativo moral que lo hagan los hombres?—Ajá, —contestó mientras mantenía mis labios entre sus dientes y me los chupaba con su lengua, me empujó hacia el interior del confesionario, bajó sus manos hacia la cremallera de mi pantalón, hacía un rato que estaba atento a los acontecimientos y por lo tanto, digamos que en estado de gracia—¿Sabes que cometes pecado mortal y el mío no es más que venial?, —le hice esa observación para ver si refrenaba sus impulsos, o al menos si los mitigaba, pero mis palabras no hacían más que producirle mayor excitación—Mi pecado es venial, no ves que estoy enajenada y por tanto eximida. ¿Por qué el tuyo no es mortal?, —contestó y preguntó a la vez—Porque doy de beber al sediento—Pues dame también de comer, que estoy hambrienta
El ritual que a continuación sucedió se me antoja innecesario extenderme en su explicación, porque como es comprensible, una vez liberado del temor al infierno y sabiendo que la consecuencia no representaría más que un poco más de tiempo en el purgatorio, me dejé arrastrar hacia las mieles de la gloria in excelsis. Dejamos que nuestros cuerpos se saciaran en placer mientras nuestras almas se elevaban y cogidas de las manos recorrían los rincones de la capilla envueltas en la delicia celestial propia de su unión espiritual
La respiración entrecortada se fue convirtiendo en gemidos y posteriormente en jadeos cada vez más sonoros, acompañados de golpes sobre las paredes del confesionario, una vez alcanzado el éxtasis, dio un grito final, tras el cual se encendieron las luces de la capilla, ambos medio desnudos, exaltados, sudados y medio extenuados nos asomamos por la ventanilla del confesionario, vimos al otro lado del pasillo, junto al altar, al cura con los ojos como platos y las manos en la cintura y tras él se encontraba media docena de feligresas no menos sorprendidas y boquiabiertas. Holgaban las palabras, la situación era más que evidente, ni el más necio de los creyentes necesitaba explicación de lo que acontecía, por lo tanto sin decir palabra, nos vestimos y medio arreglamos como pudimos, nos dirigimos por el pasillo hacia donde estaba el cura y las feligresas a fin de alcanzar la puerta de salida que se encontraba a sus espaldas
Como caballero, dejé que ella fuera delante, yo a un paso por detrás, ella iba con la cabeza alta como si fuese a recoger el diploma el día de su graduación, cuando pasamos junto al cura, sin decir palabra, todos se apartaron ligeramente para dejarnos pasar. Me sentí en la necesidad de disculparme, así que le dije al cura:
—Ha empezado ella
Y así es como, de momento, he dejado aplazadas mis visitas a Sant Ramón, por temor al cura, no por vergüenza, que no he sido agraciado con esa virtud. En cuanto a la feligresa, salimos de la iglesia, tomamos un café y le hice ver que hay que respetar los lugares sagrados porque profanándolos se incurre en pecado, parece que lo comprendió y prometió que no lo volvería a hacer, cosa que agradecí
JM Paredes
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