28 dic 2022

40. El cuartito oscuro


Esta es una de esas cosas que se dicen en broma sin la menor intención pero que poco a poco va tomando cuerpo hasta que pasa de ser una idea absurda sin sentido a una idea brillante

Aquí lo que hace falta es un senegalés”, es una frase que he dicho tantas veces en el trabajo que se ha convertido en una coletilla que repito en broma cuando alguien comete uno de esos errores básicos por falta de atención, con la idea de que si tuvieran un castigo justo y ecuánime se estaría más atento, no se cometerían y todo iría mejor. Obviamente no me excluyo de los errores, más bien al contrario, los cometo como el que más y por lo tanto quedo dentro de la aplicación de la frase. Pero a lo que vamos

Un buen día, después de uno de esos errores de alguien que son sonados, dije a los compañeros mientras comíamos al medio día: Aquí lo que hace falta es un senegalés, lo tengo todo pensado, ya tengo hasta el sitio dónde lo podemos acomodar”, y mientras tomábamos el postre y el café expliqué mi idea como si verdaderamente la tuviera bien estudiada, aunque en realidad improvisaba, como es obvio y evidente, pero al parecer la tomaron en serio, porque todos me miraban atentos y asistiendo con la cabeza mientras lo contaba: “Ponemos un anuncio en el periódico:
‘Se precisa hombre alto y fuerte, preferiblemente senegalés o de las cercanías, trabajo sin complicaciones y bien remunerado’

"Cuando lleguen los candidatos, hacemos una primera selección de entre los más grandes y fuertes, al tiempo que debe ser agradable, tampoco hay que asustar al personal, tiene que ser senegalés o de las cercanías y estar dispuesto a cumplir su trabajo con seriedad y entusiasmo
Una vez lo hayamos seleccionado, lo presentamos al personal y explicamos someramente cuál será su cometido y cómo participará en el desarrollo del aumento de la productividad de la empresa de lo cuál estamos tan necesitados. Se le expondrá a la gente, que el senegalés prestará gentilmente sus servicios a aquél que cometa errores por falta de atención o por no haber tenido el cuidado necesario en el desempeño de su trabajo, pero que también se puede aplicar por faltas leves del código de conducta interno de la empresa, véase fumar a escondidas en el lavabo, hacer llamadas de móvil banales o enviar correos personales en horario laboral
Le pondremos su puesto de trabajo en el cuartito estrecho sin ventanas que hay junto a las escaleras, ese cuartito que a pesar de sus siete metros de largo, no supera el metro de ancho y que usamos como trastero, tiramos todo lo que hay y no dejamos más que una silla al fondo en el que sentaremos a éste nuevo fichaje a la espera de recibir a aquellos que sean proclives a los fallos y errores” 

En un primer instante, después de haber prestado atención incluso con entusiasmo, todos quedaron boquiabiertos, obnubilados, les dejé un instante de pausa para que fueran madurando la idea, al cabo de unos minutos se les notaba que lo iban asimilando puesto que asentían al tiempo que inclinaban la cabeza y medio cerraban un ojo, un claro símbolo de interiorización. Después les pregunté “¿Qué os perece?”, y al unísono contestaron “una idea genial, ahora sólo falta que convenzas al jefe

Así que después de comer, sin pensármelo dos veces, como debe hacerse cuando uno está convencido de algo, me fui al despacho del jefe y le expuse la idea con todo detalle, al principio no daba crédito, pensaba que le hablaba en broma, que me había vuelto loco, pero poco a poco fue comprendiendo las ventajas del sistema y sus bondades, sobre todo en cuanto al aumento de productividad por la disminución de errores que presumiblemente comportaría. Le hablé de cifras y de ahorros, de payback, de plazo de amortización, de mejora de rendimiento, de beneficios netos al fin y al cabo. A medida que le exponía las ventajas, iba acomodándose en su sillón e imaginando la rentabilidad, podría ser la medida que faltaba para cuadrar las cuentas. Me dejó hablar sin interrupciones hasta el final, una vez acabé, me dejé caer sobre el respaldo de la silla y me quedé esperando su decisión. Se quedó un momento pensativo valorando los diferentes puntos de vista y al cabo de un rato me dijo casi con entusiasmo, “Muy bien, pero te tienes que ocupar tú de organizarlo todo” y dio por finalizada la reunión

Los compañeros me esperaban agrupados en la puerta suponiendo que el jefe rechazaría mi plan, pero cuál fue su sorpresa cuando les hice el signo de la victoria y les dije “adelante, está hecho, vamos a organizar una comisión para llevar a cabo el proyecto”, y así formamos un comité al que di por llamar “Comité del Cuarto Oscuro” y nos pusimos a trabajar en ello. Hicimos la publicación en la prensa local y al cabo de unos días teníamos más de veinte candidatos a los que entrevistamos

De todos ellos elegimos al que nos pareció que daba mejor el perfil, reunía una serie de buenas actitudes, además de grande y fuerte como solicitábamos, era alegre y divertido, sin prejuicios y con muchas ganas de trabajar, además en Senegal había sido universitario y todo, con lo que contaba con buena formación y parecía una persona respetuosa, como después demostró

Tuvimos una primera duda cuando en la entrevista que le hicimos, después de repasar su currículum, para no hacerle la pregunta directamente que pudiera haber resultado ofensiva, le hice un gesto separando las manos a una prudencial distancia y le dije tímidamente “¿cuánto?”, al ser senegalés huelgaba la pregunta, pero hay que ser riguroso, tuve que hacerle algún gesto más para que comprendiera a qué me refería, se quedó pensativo hasta que comprendió el sentido de la pregunta y riéndose dijo “quince…”, en un primer momento se observó una inmensa decepción en las miradas de los miembros del comité de selección

Pero como es sabido de qué pie cojean los senegaleses y sabedor de las unidades de medida que allí se gastan, ya que tenía las manos en posición, hice un gesto de calma dirigiéndome a todos y le pregunté al senegalés “quince qué...” y el senegalés, riéndose a carcajadas respondió “pulgadas, quince pulgadas”. Se hizo el silencio entre los miembros del comité como si hubieran visto un fantasma, un compañero se me acerca al oído y me pregunta “quince pulgadas ¿cuánto es?”, y yo le respondí “una burrada...

Pensé “vamos a ver si vamos a tener problemas, no sea que vaya a asustarse al personal”, pero después de valorar la situación desde diferentes puntos de vista y ante la expectativa mirada del resto del comité, dije “bien, Gustavo, ya tienes trabajo”. Gustavo se llama, hasta el nombre da el perfil

Y bueno, la cosa empezó así, el cuarto oscuro como he dicho es estrechito, y ahí radica precisamente su idoneidad, es un plan que está pensado en todos sus detalles, el senegalés está sentado al fondo del cuarto, les dejamos unas revistas, libros y un iPad para que se entretenga en los ratos muertos. Cuando alguien se equivoca, comete un error o comete una falta leve que figure como tal en el reglamento interno de comportamiento, se le envía al cuarto oscuro, entonces, desde fuera se apaga la luz, así Gustavo entiende que tiene visita y se va preparando. El cuarto queda totalmente a oscuras y el infractor cuando entra, bueno, cuando se le mete dentro y se le cierra la puerta, no ve absolutamente nada y se queda inmóvil mientras las pupilas de le van adaptando a la oscuridad, en esto que Gustavo, aún sentado, abre los ojos y el infractor los ve relucir en la oscuridad y piensa “pero si es poca cosa”, desconociendo que está sentado, en esto que Gustavo se va levantando poco a poco y el infractor ve como el par de ojos que pestañean de vez en cuando van ganando altura, hasta que se da cuenta que de poca cosa nada y da como un grito espasmódico, con lo que Gustavo sonríe y deja ver sus blancos dientes relucir en la oscuridad, el infractor entonces se aterra y se gira para huir, y ahí está precisamente el tema, que al darse la vuelta y siendo el cuarto tan estrecho, una vez Gustavo lo atrapa ya no se puede revolver y queda irremediablemente en una postura, llamemos “comprometida”. Gustavo realiza las funciones para las que ha sido contratado y santas pascuas, se vuelve a sentar a la espera del siguiente infractor si lo hubiera

Gustavo es un tipo que cae bien, a la hora del bocata, viene al comedor social del trabajo y se sienta a comerse el pedazo de bocadillo que le prepara su esposa, acorde con... bueno con las pulgadas... Al principio todo el mundo estaba receloso con su presencia y miraban a los primeros infractores como diciéndose “madre mía, cómo lo ha tenido que pasar”, pero poco a poco, y a medida que el número de infractores iba siendo mayor, la gente iba perdiendo el temor, sobre todo entre el personal femenino, aunque un nutrido grupo del masculino también parecía devoto del “santo” y llegó el momento en que a la hora del bocata era la atracción, quien aglutinaba a su alrededor casi al completo el personal, con lo que más de uno nos sentíamos un poco marginados y ya no veíamos la idea tan buena

Además, lo que al principio redujo considerablemente el número de errores y de faltas leves, poco a poco, según las estadísticas, se fue comprobando que empezaron a ir en aumento y las idas y venidas al cuarto oscuro del senegalés se hicieron tan frecuentes, que en ocasiones había cola de espera en la puerta

Hasta que hace unos días me llamó el jefe a su despacho y por el tono en que lo hizo ya me pareció que me iba a caer alguna, como así fue, me dijo “creo que su brillante idea no está dando tan buenos resultados como me hizo creer”, pensé que ya tenía a quién colocarle el muerto, “cachis” me dije, “podría habérseme ocurrido otra cosa más corriente....”, intenté buscar una buena respuesta que lo calmara y le dije “es que las ideas nuevas pueden tener flecos con los que a priori no se contaban”, y me respondió, “sí, sí, claro, mire.... me va a tener este embrollo resuelto para el lunes..., si el lunes no está resuelto... le voy a dar yo a priori...”

Y aquí estoy, todo el fin de semana rebanándome los sesos por encontrar una idea que me saque del atolladero en que me he metido, si alguien se le ocurre una idea le estaré agradecido si lo dice, porque me temo que el lunes, el jefe piensa encerrarme en el cuarto del senegalés y tirar la llave al río

JM Paredes

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