No podía ser un chico malo aunque me lo propusiera, no me salía y eso que lo intentaba, pero nada, no había manera, no podía, me vencía la parte buena, el angelito se imponía sobre el diablillo. Qué castigo por dios, pero cuándo se ha visto que uno no pueda ser un chico malo si se lo propone y esté abocado a ser bueno aunque no quiera
Aunque encontré la respuesta, venía de cuando fui monaguillo, del cura aquél, el padre Rafael me hizo un conjuro, bueno según su argot una bendición, como consecuencia de las putadillas que le hacía, pero como el padre Rafael antes de ser cura había sido monaguillo, tarde o temprano acabaría descubriéndome, como así fue y me aplicó uno de sus hechizos a los que él llamaba bendiciones
Casualmente hace unos días leí que había una ponencia que se llamaba “Dónde nos conduce la pérdida de la fe en una sociedad aconfesional”, apasionante me dije, pero cuando leí el nombre del ponente, padre Rafael Ferlosio, me dije, “no puede ser“ y me presenté en la ponencia
Pues sí, el hombre ya está mayor pero conserva una mente lúcida. Lo escuché con atención mientras debatía los motivos de la pérdida de fe y sus diversas consideraciones, sin que faltara como es obvio un reproche al anticlerical gobierno socialista. Cuando acabó y tras unos aplausos forzados, me acerqué para felicitarlo y presentarme, le dije que seguramente no me recordaría, pero que había sido monaguillo en su parroquia hacía unos cuarenta años. Sin la menor esperanza que se acordara hablamos de aquella época y mira por donde, sí se acordaba, pensé “vaya memoria”
Una vez habíamos entablado ciertos cauces de confianza no pude reprimirme en decirle algo con lo que había soñado tantas veces y me guardé cuando era un crío, “padre, ¿sabe que en aquella época tenía usted fama de cabroncete? ”, se sonrió y me respondió “vosotros sí que erais cabrones“. Reconozco que era cierto, al menos por mi parte, por aquél entonces, tras una aparente ingenuidad, encerraba una cierta perversidad consecuencia de la frustración que me producía sentirme abocado a una dedicación que despreciaba, y lo descargaba sobre el pobre hombre, pero los niños ya se sabe, son traviesos
Le expliqué que desde entonces era incapaz de hacer maldades, y que creía que era como consecuencia de un momento preciso, recordaba el día que él había descubierto que yo había hecho una copia de la llave de la sacristía y entraba para cambiar las cosas de sitio, con la sana intención de divertirme y de paso volverlo loco, algo que creo estuve apunto de conseguir
Aquél día me encontró en la sacristía escondiendo la botella de vino sagrado, se puso rojo como un tomate, enfurecido como un demonio de los que se alternan con imágenes de santos en la sacristía y fue entonces cuando hizo lo que a mí me pareció una conjura en latín mientras repetía una y otra vez el signo de la cruz. Yo me quedé pasmado mirándolo, mi vida cambió en ese instante y jamás a partir de ahí pude volver a hacer una maldad
Mientras se lo contaba, el padre Rafael asentía y podía intuir cómo disfrutaba interiormente. Que no pudiera hacer maldades, no quiere decir que no me enfadase, me subió una agitación que fui incapaz de contener, le dije:
— ¿Padre Rafael, no cree que cuarenta años de penitencia es más que suficiente?— Sí, hijo, cuarenta años de penitencia no está mal— ¿Me puede liberar entonces del ....?, — no me atreví a decir hechizo— ¿De la bendición?— Sí padre, de la bendición— Si es tu deseo, te liberaré— Gracias padre, no sabe lo que es pasarse la vida haciendo solo el bien
Nos apartamos en un cuartito contiguo y dijo unas palabras mientras repetía sin parar el signo de la cruz, pero no era latín, era... arameo...
— ¿Arameo, padre?— Sí, hijo, arameo
Me pareció extraño que fuera arameo, pero después de esa especie de sortilegio me sentía exactamente igual, aunque no se tiene porqué sentir nada de particular estando capacitado para hacer maldades, supongo. Le hice alguna pregunta a cuenta de la “pérdida de fe en la sociedad aconfesional”, demostrando así mi interés por el tema de su ponencia, lo que al parecer le entusiasmó soltando alguna de sus argumentaciones, que soporté con cristiana resignación, como corresponde. Me despedí, le dije si tenía Facebook, pensando que no, pero sí ¡cómo no!, me lo anoté para agregarlo y me despedí besando su anillo, “estaremos en contacto“ me dijo
Al salir a la calle quise comprobar si había tenido efecto el sortilegio. Mientras estaba parado pensando qué camino tomar, pasó una bella dama de muy buen ver, y ... y ... le miré el culo.... sí, ¡le miré el culo!, pensé ¡esto funciona!, quise averiguar hasta dónde podía llegar mi nueva iniquidad y di unos pasos rápidos hasta ponerme a su altura, le dije:
— Estás preciosa
— ¡Grosero!
— Eso es un obsequio viniendo de tu boca
— Descarado
— Desde luego que lo soy, por atreverme a contemplar las curvas de tu cuerpo
— Insolente
— Solo atrevido, pero es por ver tus ojos encendidos
La dama poco a poco se fue dulcificando comprendiendo mis buenas intenciones y bueno, la cosa parece que funciona, creo que al fin estoy curado, ya estaba harto de tanta bondad y tanta gaita, con lo que se disfruta haciendo de vez en cuando una travesura, en fin, aquí estoy, pensando en hacer alguna trastada
JM Paredes
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