Tan embriagada quedó escuchando las promesas del corsario que no lo pensó, fue corriendo a su casa atravesando callejuelas y cruzando plazoletas, envolvió unas pocas pertenencias en un hatillo y cuando el sol justo caía tras las lomas en la lejanía iluminando las nubes de ocre y naranja, se plantó ante la pasarela que une el muelle con la cubierta, el capitán la esperaba en la embarcación con su camisa blanca de fino encaje, su casaca roja de franela adornada con vistosa puntilla dorada, la que acostumbraba a usar antes de zarpar y los brazos en jarras como muestra de seguridad, todo está preparado para partir rumbo a la isla maravillosa
El corsario le extiende la mano para que suba, ella duda un instante y mira hacia atrás, pero tras de sí no ve nada más que callejuelas oscuras y ante sí se alza la dulce sonrisa de un capitán apuesto que la aguarda para llevarla a una isla a la que los piratas llaman Paraíso
Con esa ilusión zarpan, transcurren los días de travesía compartiendo mesa, camarote y lecho con el capitán que a todas horas le habla del lugar al que van, le cuenta que el color del agua es turquesa, cómo es el canto de los pájaros, la bondad de los días, el runrún de las olas y el ruido de los cocos al caer sobre la arena, todo es maravilloso, pasa las horas tumbada con los brazos abiertos mirando el cielo, imaginando la suave brisa tostando su piel y la voz dulce del capitán susurrándole bonitas palabras al oído
“¿Cuándo llegaremos?”, le pregunta un día, “cuando atravesemos el mar”, le responde el capitán. Después de tanto tiempo navegando le parece que el barco da vueltas alrededor de un mismo lugar, porque unos días sale el sol por babor y otros por estribor. Sin conocer mucho el mar, porque siempre ha sido de tierra adentro, le parece que un día van y al siguiente vuelven, pero ella sigue soñando, se tumba en la cama extiende los brazos y cierra los ojos, mecida por el devenir de las olas le parece sentir sobre su piel la caricia de la cálida brisa
Pasan las semanas y los meses, y nunca hay tierra a la vista, ahora ni siquiera siente la brisa, ni la sonrisa del capitán le parece tan bonita, ahora de noche mira las estrellas y se siente perdida, ya no sabe dónde está el norte y siquiera si llegarán un día, no se cansa de preguntar “¿cuándo llegaremos a la isla?”, “cuando crucemos el mar” le responde como siempre el capitán
Una mañana, al amanecer se dio cuenta que habían recalado en el mismo puerto del que un día partieron, no dijo nada, volvió a hacer un hatillo con sus pertenencias y bajó del barco por la misma pasarela, "nunca me ha gustado el mar" se dijo, sin mirar atrás volvió siguiendo los mismos pasos que un día dio. Cuando llegó a su casa deshizo el hatillo, colocó cada cosa en su sitio, se asomó a la ventana y a lo lejos vio un mástil, cerró los ojos, respiró hondo, le gustaba el olor y se dijo "dulce hogar"
JM Paredes
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