Estuve en una barbacoa con los amigos y me hicieron una putadilla, después de comer y de varias cervezas me quedé dormido en una tumbona, y no se les ocurrió otra cosa que escribirme en la frente con un rotulador la frase “busco novia”, cuando desperté no me di cuenta, y tampoco me dijeron nada. En el metro todo el mundo me miraba y sonreía, no hice mucho caso pero sí que estaba un poco mosqueado. Una mujer se acercó y me dijo que si me había dado cuenta que tenía escrito en la frente “busco novia”, sacó un espejo de su bolso y me lo dio para que lo viera por mí mismo, dije “ten amigos para esto” y le di las gracias por avisarme
Al llegar a casa y después de limpiarme el rótulo, metí la mano en el bolsillo y encontré un papel que ponía: “llámame” y un número de teléfono, lo marqué y surgió una voz femenina, no había duda, era quien suponía, la mujer del metro, la que con un espejo me mostró la infame nota escrita en la frente, la que se tronchó de risa mientras intentaba en vano borrarme la misiva escrita en la piel. Me pidió disculpas alegando que no lo pudo evitar, que lo sentía, le respondí que no se preocupara, que entendía que le hiciera gracia. Después de oír su voz al teléfono, dejé pasar unos segundos antes de contestar:
—Hola, ¿sabes quién soy?—Sí, el chico que busca novia—El mismo, creo que me dejaste una nota en el bolsillo—Sí, perdóname, vi la cara que pusiste al mirarte al espejo y no pude contener la risa, perdóname, no era mi intención burlarme, sólo me hizo gracia—No te preocupes, lo entiendo. Y lo de la nota que he encontrado en mi bolsillo qué—Pensé que no era justo, pero no podía parar de reír, pensé dejarte la nota, para pedirte disculpas después tomando un café
Nos encontramos al día siguiente por la tarde, a las puertas de una concurrida cafetería
—Hola, cómo estás, —le dije, y juntamos las mejillas para simular un beso—Muy bien, antes de nada quiero pedirte disculpas otra vez por lo de ayer, no era mi intención reírme de ti, fue la situación lo que me hizo gracia, me dio un ataque de risa y por más que lo intentaba, no podía parar de reír, así que mientras inútilmente intentabas limpiarte las letras de la frente, escribí la nota y te la puse en el bolsillo de la cazadora, para pedirte disculpas después—No te preocupes, me tomo las cosas con buen humor, no me ofendo si no hay intención de ofensa, y no me pareció que lo pretendieras, vi que no pudiste controlar la risa, no te preocupes—De todas formas, discúlpame, por favor—Estás disculpada
Le conté los detalles de lo sucedido, la desmesurada afición de algunas personas por las bromas, algunas de ellas pesadas como fue la del caso de risa. También le expliqué algunas más de las que nos habíamos hecho, y así, entre bromas, regocijo y alegría, de repente me dijo:
—¿Te gusta el chocolate?—Claro, ¿por qué?—Porque tengo en casa—Eso está bien, tener chocolate en casa siempre te saca de un apuro—¿Te apetece ir a tomar una taza?
Antes de responder, y manteniendo la sonrisa, me quedé durante un instante mirándola a los ojos para ver qué veía tras ellos, nos habíamos visto en dos ocasiones, la primera aunque cómica un tanto desafortunada y ésta segunda habíamos pasado media hora charlando despreocupadamente como dos amigos que no se ven desde hace unos meses y pasan un rato entretenido recordando antiguos acontecimientos. La verdad es que me sorprendió la invitación, no lo esperaba ni entraba dentro de mis pensamientos acompañarla a su casa, por un momento tuve una sensación extraña, no era exactamente temor, pero sí un poco de recelo, así que durante unos instantes miré sus ojos y escudriñé en ellos, no vi nada que me alarmara, en su interior percibí serenidad y seguridad, incluso determinación, la única inquietud que aprecié fue la del que espera una respuesta, pero aún así, veía en su interior la confianza que mi respuesta sería afirmativa, creo que su pose era la de intentar transmitirme confianza, pude verlo con toda claridad, sin duda conoce bien los mecanismos del comportamiento pero no atisbé intención de manipulación. Ella también estaba leyendo mi pensamiento y por lo tanto también veía claramente qué pasaba por mi cabeza, los dos nos miramos un instante más, ya sabedores que ambos sabíamos lo que estaba pensando el otro, fue ella quien dio el primer paso sonriendo y haciendo un gesto para que respondiera, así que si me reclamaba respuesta, se la di
—Claro, me encanta el chocolate—Buen chico, has dudado demasiado, ¿te ha dado miedo?—No más que cruzar una calle con el semáforo en rojo y mirando al otro lado—No temas, es una calle poco transitada, estás seguro—¿Tu no tienes miedo de mi?—¿Habría de tenerlo?—No—Es lo que me parecía
De nuevo nos miramos, negamos con la cabeza y sonreímos, lo cierto es que la sensación de dos antiguos amigos volvió a aparecer. Nos fuimos caminando hacia su casa, no vivía lejos, durante el camino me dijo que le había parecido que le dije que tomaría té, le respondí que no me gusta el té, pero que era una forma de decirle que no es fácil conducirme. Tardamos unos diez minutos en llegar a su casa, abrió el portal, subimos por el ascensor hasta el ático, el piso estaba muy bien recogido, todo bien ordenado y una bonita terraza con magníficas vistas, le dije que tenía un piso muy bonito, me dijo que me sintiera en mi casa por lo que le di las gracias, aunque la verdad, no me sentía en mi casa, me sentía en su casa
Puso música, Phill Collins, “Two Hearts”, pensé “vaya, ahí me ha llegado”, se acercó muy lentamente a mí, con la tranquilidad de una sigilosa pantera que acecha a su presa sabiéndola acorralada sin posibilidad de escapatoria, la presa era yo, aturdida por el temor de saber que no tardaría en ser su alimento, miré de reojo a los lados para ver una posible escapatoria, pero estaba totalmente acorralado. Ante el inevitable desenlace me rendí y no ofrecí resistencia. Llegó a mi lado y acercó sus labios a los míos hasta que quedaron a unos milímetros, se mantuvo un instante así y después los acercó hasta que rozaron con los míos, los movió a ambos lados y abriendo su boca chupó mis labios. Yo, como ya me había dado por vencido, me dejé llevar y correspondí a su beso pero con mesura, me separé unos centímetros de su boca y le dije:
—No tengo escapatoria, ¿verdad?—No, solo hay una salida, y está tras esa puerta, —me señaló su habitación—¿No tendrás un poco de compasión?—No suelo ser misericordiosa, llegados a este punto ya no puedo perdonar—¿No puedo esperar entonces otra cosa que un desenlace fatal?—Sólo te queda resignarte a tu suerte
Lo que había sospechado que parecía inevitable, que esa tarde sucumbiría entre las garras de una felina de voracidad insaciable, no fue exactamente así, lo que supuse arañazos fueron dulces caricias, lo que pensé de sus afilados dientes se convirtió en la delicadeza y suavidad de sus tiernos labios. Lo que había supuesto una enfurecida tigresa no fue más que una arrulladora gatita que cerraba los ojos ante los mimos
Después de unos besos y unas caricias, entramos a su habitación y trajo una taza con chocolate fundido y una bandeja repleta de melindres, me propuso un juego a realizar sobre las sábanas blancas de su cama, consistía en sentarse uno frente al otro totalmente desnudos sobre la cama pero con una venda en los ojos, y sin ver nada, a ciegas, cada uno debía ir mojando melindres en el chocolate e intentar dárselos de comer al otro, como puede suponerse, no es fácil acertar a dar de comer el melindre con los ojos tapados. Le dije que si no le preocupaban las sábanas, me dijo que lo único que le preocupaba era si encontraría bueno el chocolate, le dije que probablemente sí, y así fue, tal como había imaginado, estaba delicioso. Ni que decir tiene que terminamos con chocolate hasta en las cejas
JM Paredes
No hay comentarios:
Publicar un comentario